5.8.05

P R E G U N T A S... Y... R E S P U E S T A S

Después de la muerte:
1. Resucitaremos de una vez por todas a la vida eterna.
2. Volveremos a reencarnarnos.
3. Nos extinguiremos.
De estas tres afirmaciones, ¿cuál es verdadera? (¿una?, ¿dos?, ¿las tres?, ¿ninguna?).

Respuestas posibles (¿?) para un cristiano:
1ª.La primera, porque lo afirma el evangelio, según la tradición y el dogma.
2ª.Da igual, siempre que sirva para amarnos unos a otros y construir una sociedad justa.
3ª.No lo sé, pero espero firmemente que sea la primera, a causa de mi fe.
(¿Cuál es su respuesta?)
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La primera respuesta afirma positivamente la verdad de la resurrección a la vida eterna, apoyándose en argumentos de autoridad. Corresponde a la posición tradicionalista, que no comparto porque conlleva una pretensión de verdad absoluta que puede alentar exigencias de imposición y sumisión, como de hecho ha ocurrido históricamente. Es la "visión exclusivista".

La segunda respuesta renuncia a dar importancia a la resurrección ("da igual"), considerando que lo realmente importante es el amor a los demás y la construcción de una sociedad justa. Como si en esto último, y sólo en ello, consistiera la esencia del cristianismo. En este caso, ser cristiano no sería más que una manera particular de ser auténticamente humano, pues ese ideal de amor y de justicia es un ideal humano universal, que pueden realizar (y de hecho realizan) los no-cristianos con igual o mayor dedicación y eficacia. Es la "base común" a todas las religiones:
"Esa base común es la regla de oro, tomada no sólo como un «mínimo ético» para posibilitar la convivencia, sino como un ambicioso «máximo programa de acción común» de las religiones: asumir la liberación de la Humanidad y de la Naturaleza como la aspiración máxima a la que pueden aspirar".

Pero, ¿puede el ideal de una sociedad auténticamente humana, fraternal y justa, satisfacer completamente nuestras aspiraciones? ¡No!; pues, aunque en un futuro más o menos remoto pudiera llegar a conseguirse esa sociedad perfecta (!), sólo beneficiaría a sus miembros ocasionales –los "herederos afortunados" de la historia-, en ausencia de resurrección, dejando fuera a todas las innumerables víctimas que habrían quedado "en la cuneta", y habrían "pagado" con su sacrificio el coste de esos logros.

No se trata de que nos asuste o no nos asuste demasiado pensar en nuestra propia extinción. Se trata de que sí nos asusta y nos angustia pensar en esas ¡tantísimas! víctimas inocentes que se habrían extinguido sin obtener la justicia y la felicidad que les correspondía. Por eso, no puede darnos igual. Si somos cristianos, creemos que a Dios no le da igual, y justamente por eso se ha comprometido a salvarnos a TODOS por intermedio de Jesucristo. Sin resurrección no puede haber fe cristiana; lo afirma San Pablo:
"Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe... Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más lastimosos de todos los hombres!" (1 Corintios 15:13-14,19)

Por lo tanto, la única respuesta aceptable para mí es la tercera: espero firmemente la resurrección y la salvación de TODOS a la vida eterna, por con y en Jesucristo. Pero no quiero ni admito que esta verdad de fe –cierta con la "certeza de la fe"- sea esgrimida como verdad autoritaria absoluta para imponerla y exigirla, sino que sea una Buena Noticia para comunicar a TODOS y llenarlos de alegría y esperanza.

Queda algo muy importante que añadir. Esa fe en una resurrección a la vida eterna no puede distraernos de colaborar a construir una sociedad auténticamente humana, una "vida en plenitud" en nuestro mundo actual. Al contrario, debe darnos ánimos porque nos asegura que nuestra labor no será en vano. Como dice San Pablo:
"manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es en vano" (1 Corintios 15:58)
Y nuestra labor debe ser en común con todos los hombres y mujeres auténticos, como humildes colaboradores y servidores. Porque para ser cristiano se debe empezar por ser auténticamente humano, aunque no acabe ahí.

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Pero cuando nuestras aspiraciones son tan sumamente grandes, se plantea una objeción muy clara: toda labor parece vana, tanto si no hay resurrección como si la hay.

Si no hay resurrección, porque, por mucho que logremos, todo será destruido tarde o temprano por la corrupción y la muerte; y aunque ya no fuera así en un futuro, las vidas pasadas –víctimas que quedaron en la cuneta de la historia- serían irrecuperables.

Si hay resurrección, porque no valdría la pena dedicar tanto esfuerzo para mejorar unas vidas que, tras un corto plazo, después de acabar en su muerte, serán recuperadas y transformadas a una perfección eterna. En vez de esforzarse y trabajar duramente sería mejor aguantarse y esperar paciente y pasivamente.

Pero, hagamos "ciencia ficción": Supongamos que la sociedad humana –o sobrehumana- llega en un futuro, tal vez en miles de millones de años, a una perfección tal, a tener un poder tan inmenso que, además de hacerse imperecedera ella misma, es capaz de resucitar a todas las innumerables vidas humanas que la han precedido en la historia.
Tiene una "tecnología" tan poderosa que puede recuperar toda la información necesaria para recoger y reimplantar esas vidas e incorporarlas a su propia sociedad perfecta. ¿No es esto pensable, por fantástico que parezca?

Y tal vez –siguiendo con nuestra ficción- para incorporar debidamente a las personas resucitadas a su sociedad, preservando su dignidad (de ellas), juzgue necesario solicitarles su aceptación y colaboración, para ser sometidas al indispensable proceso de reparación e integración.
Y para eso, para que esas personas no se sientan avasalladas, aplastadas por un inmenso poder que las aniquila, la Sociedad Perfecta (S.P.) quiera presentárseles en su propia forma, en su propio nivel, solidariamente, como otro ser humano semejante a ellas.
Por eso, esa S.P., con su enorme poder, habría decidido sumergirse en el tiempo, retroceder en el tiempo hasta un determinado momento, en el cual habría engendrado un ser humano destinado a ser su representante único y pleno, capaz de conducir a los demás seres humanos a la aceptación voluntaria de su resurrección, reparación, transformación e incorporación a una vida eterna.

Entonces (¿ya se han dado cuenta hace rato, verdad?) esa Sociedad Perfecta ES DIOS. El Dios cristiano.

Alguien puede objetar: Sí, tal vez sea Dios redentor, pero ¿es Dios creador?
Ahora tenemos que pensar en que esa S.P. definitiva, imperecedera, ha sido la meta, la única razón de ser del proceso histórico e incluso del proceso cósmico. Porque para llegar a ser así de perfecta ha debido desarrollar hasta el fin todas las potencialidades del universo, ser el pleno cumplimiento de todas las tendencias humanas, biológicas y físicas, ser la satisfacción completa de todas las necesidades, aspiraciones y capacidades del universo.

En suma, tiene que ser la culminación, la consumación, la completitud, la realización más acabada posible del cosmos entero. El cosmos ha debido existir sólo por y para ella.
Esa S.P. es, así, el fundamento y razón del universo, y lo trasciende, más allá de sus límites y dimensiones, más allá del tiempo y del espacio.
El tiempo y el espacio son dimensiones internas del universo, no marcos absolutos. Para contemplar y comprender la realidad debidamente tenemos que hacer un gran esfuerzo de imaginación, escapar de esta condición espacio-temporal natural propia de nuestro conocimiento normal –el plano "noético"- y pasar a pensar en términos absolutos, propios del verdadero "ser" de las cosas –el plano "óntico". En este plano óntico, en el "tiempo óntico", el fundamento y razón de algo precede necesariamente a ese algo; por lo tanto, la S.P. precede ónticamente al universo, le da existencia y sentido, es su creadora.

Ahora, pues, cuando unimos este razonamiento al anterior, afirmamos:
¡La S.P. ES DIOS, CREADOR Y REDENTOR!

¿Es "ciencia ficción" o "ciencia real"?
Si es ciencia real, entonces nuestra labor humana, por infinitesimal que sea, forma parte de la acción creadora y redentora de Dios mismo. Aunque haya resurrección, es una labor necesaria para que pueda haber creación y redención. Tenemos, pues, una gran responsabilidad: nuestra labor no es en vano.

Pero aún hay más. Otra objeción sería: ¿No hemos considerado igualmente, sin pretenderlo, que el fundamento y razón de ser del mismo Dios, es el universo, el proceso cósmico? Hablando siempre en el plano óntico, Dios no puede ser concebido únicamente en términos de ser el creador y redentor del universo. Su ser tiene que ser absoluto, previo e independiente; realmente trascendente.

Por eso, hablando "ónticamente", debemos afirmar que "en el principio" sólo era Dios. Dios era el Todo. Y debemos pensar que Dios decidió anonadarse, vaciarse de sí mismo en un punto de sí para dar lugar al universo: una "nada" que, impulsada por la acción impetuosa y voluntariamente moderada del espíritu de Dios, va deviniendo, desarrollándose paulatinamente para restaurar el Todo.
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