7.8.05

LA ACCIÓN DE DIOS EN EL MUNDO se realiza mediante su Espíritu, que tiene dos "momentos": el Espíritu creador –que produce la Creación-, y el Espíritu redentor –que produce la Redención.
El Espíritu creador crea el proceso cósmico, con un anonadamiento (kenosis), y una inmanencia que luego se desarrolla dinámicamente hacia la plenitud, es decir hacia la trascendencia. (Dicho esquemáticamente, desde la "nada" hacia Dios). El Espíritu guía ese desarrollo "desde dentro", dándole las "tendencias" indispensables para que progrese hacia su meta, pero sin querer determinar absolutamente cada evento, ya que eso ahogaría el proceso.

En física de la complejidad se dice que los sistemas actúan "en el borde del caos", es decir en el margen de libertad que existe en la frontera entre el caos –la indeterminación total- y la determinación absoluta. Ambos extremos son trivialidades; sólo lo que ocurre en ese "borde" puede tener realmente interés.
Por eso, la providencia del Espíritu creador quiere ser sólo una guía, una "sugerencia", para que el Universo progrese "por sí mismo"; admite, pues, el azar; actúa como "unas gotas de providencia en un mar de azar y necesidad".

Pero, aunque esa providencia es suficiente para alcanzar su fin, es decir para progresar hacia la trascendencia, tiene inevitablemente que admitir la imperfección, las resistencias, las tendencias regresivas y destructivas "hacia la nada" en cada evento, que sin embargo va venciendo en el conjunto del proceso.
Esa imperfección, vista por el individuo humano en el interior del proceso, causa el mal y el sufrimiento: un desajuste entre las ansias y los logros, que en el cuadro descrito parece inevitable, que es trágico para el individuo, pero pudiera considerarse sin importancia para el proceso global. ¿Tiene sentido que un individuo exija al Espíritu de Dios que ajuste su acción hasta eliminar o minimizar su sufrimiento? Esa exigencia parece ciertamente insensata y desmesurada.
El individuo debería aceptar que él debe ser sacrificado en aras del proceso, en último término en aras de Dios (como Isaac). Así, Dios habría creado el proceso por sí mismo, no para crear individuos felices.

Pero, si Dios es "bueno" y "todopoderoso", ¿no podría haber ajustado ese margen de libertad hasta conseguir la felicidad de todos los individuos humanos, sin caer en la determinación total que ahogaría el proceso? Suponiendo que ese margen admitiera varios universos posibles, incluso hasta una infinidad de ellos, Dios podría haber "escogido" el mejor (humanamente hablando) de ellos (eso es lo que decía Leibniz); pero, a juzgar por el sufrimiento que existe en la realidad, parece más bien que ha escogido el peor (eso es lo que decía Schopenhauer). Así son los razonamientos del individuo, pero está claro que son puramente especulativos. (Einstein decía que lo que más le había intrigado siempre era saber si Dios "pudo escoger" las leyes del Universo.)

El Espíritu redentor viene a socorrer al individuo, a liberarlo de su sacrificio en el proceso cósmico. Pero, puesto que el ser humano tiene conciencia y voluntad propias por esencia, esa liberación no puede ser impositiva, porque lo destruiría. Por eso, la acción del Espíritu redentor se efectúa respetando nuestra personalidad, preservando nuestra voluntad, dialogando con nosotros, llamándonos, convenciéndonos, seduciéndonos suavemente, de tú a tú.
Esto lo lleva Dios hasta el extremo de hacerse hombre, individuo sufriente, como nosotros, para entablar con nosotros una relación solidaria. Otra –y mayor- "kenosis", otro anonadamiento de Dios.

Habría sido trivial y destructivo que el Espíritu hubiese acabado impositivamente y "de golpe" con todo mal físico y moral. Habría acabado el mal, sí, pero también habría acabado con el proceso y los individuos. (¿Cómo puede una persona, que exige a Dios acabar con el mal milagrosamente, no darse cuenta de que eso implicaría que ella misma desapareciese?) Eso tiene que conseguirse dentro del proceso mismo y con la colaboración de los propios individuos.

Pero Dios quiso aportar mucho más: salvará a los individuos haciéndolos parte suya en el final, en la trascendencia. Entonces habrá ajustado ese "margen de libertad" del Universo, para hacer posible la felicidad humana; habrá realizado lo que el individuo insensato y desmesurado le exigía (hybris), pero lo habrá hecho por puro amor benevolente (ágape), con el "amor hasta el extremo" que lo llevó a la cruz. Y el individuo acabará por darse cuenta de la ridiculez de su exigencia, y lo único que podrá hacer será agradecer emocionadamente a su Dios.


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