10.8.05

TRES VISIONES METAFÓRICAS

Primera Visión Metafórica:

Un espacio infinito lleno por completo de algo indefinible e inefable, que por lo tanto no pretendemos describir, y que denominamos "Todo".
(Ain-sof, Apeiron)

El Todo "es": así expresamos nuestra visión inicial, que consideramos una imagen metafórica de Dios.

Pero en un punto o región de ese espacio infinito, Dios produce un hueco, o agujero, o grieta, o desgarramiento, o burbuja.

En ese punto ya no "es" el Todo. El Todo se ha retirado de ahí.


Donde había "ser" hay ahora "no-ser", esto es, nada. Allí el Todo se ha hecho nada, se ha anonadado. Este anonadamiento, aniquilación, rebajamiento, contracción, o vaciamiento, de Dios, se llama "Tzimtzum" o "Kenosis".

La kenosis es una acción positiva voluntaria de Dios. De no ser por ella, sólo habría el Todo, estable e inmutable, infinito y eterno. Pero en dicho punto ya no es el Todo, sino la nada.

Sin embargo, la nada no "es". La nada no puede "ser". Por eso, en ese punto o región no puede haber algo que "sea" sino algo que "deviene": un proceso que tiende a colmar el vacío, a reparar lo roto, a restaurar el ser. (Tikún, Anaplerosis).

De no ser por la continuada acción voluntaria de Dios, la kenosis sería borrada "instantáneamente"; el Todo sería restaurado "de inmediato", puesto que el predominio del Todo sobre la nada es infinito.

Pero Dios quiere que haya un proceso mediato de restitución, que llamamos "devenir". Es el proceso mediante el cual el "no-ser" busca llegar al ser, el caos busca al cosmos: el "proceso cósmico".

La potencia de Dios que crea al proceso cósmico es el "espíritu de Dios". Su obra es primero acción de anonadamiento y luego de restauración paulatina, de ansia impetuosa por el Todo, voluntariamente moderada para posibilitar el proceso. Acción de "ágape" y "kenosis", y luego de "eros".

Una moderación que implica aceptar resistencias y espontaneidades que obstaculizan y demoran la restitución completa del Todo. Es así como el espíritu de Dios crea el espacio-tiempo y admite el azar, aunque sólo para vencerlo mediante su amorosa providencia.

Así pues, la voluntad de Dios ha sido: primero rebajarse, anonadarse hasta aceptar la imperfección, el azar, la nada, para que lo finito pudiera existir. Pero esto finito está lleno del espíritu de Dios, que lo empuja incesantemente hacia la trascendencia, hacia la emergencia del Todo, que es Dios mismo.

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Segunda Visión Metafórica:

Un inmenso volcán en erupción, metáfora del proceso cósmico de evolución creadora.

La lava empuja y asciende por su interior, como el espíritu de Dios por el interior del Proceso, a través de numerosos niveles de emergencia, hasta eruptar finalmente en el nivel último que alcanza la trascendencia.

La trascendencia final es la Novedad Última: Dios, cuya metáfora es la erupción que brota de la cúspide. Así, el volcán es el monte donde se manifiesta Dios.

El proceso evolutivo ha solido ser representado por un monte, o pirámide, o cono. O por un árbol cuyas ramas son familias y géneros de especies, entroncándose y enlazándose según avanza y se expande la evolución.

Un árbol que en nuestra visión se inscribe dentro de la montaña, y cuya savia es la lava, el espíritu de Dios. Una savia de fuego, que no consume sino alimenta al árbol de la vida. Imagen que nos recuerda inevitablemente aquella zarza ardiente –o arbusto ardiente- donde se revela Yahvé a Moisés.

Desde la cúspide de esta altísima montaña, desde la cima del proceso creativo, desde las alturas, Dios se asoma y atiende al clamor de sus criaturas, que aparecen y desaparecen durante el Proceso, como ínfimos y efímeros chisporroteos de lava.

Y Dios se compadece de sus criaturas, y quiere hacerlas compartir su trascendencia, y derrama de arriba a abajo su espíritu redentor hasta llegar a todas ellas. Como la lava que se derrama por las laderas del volcán.
(Acción de -segundo- ágape y kenosis)

Es el monte Moria –este volcán- donde el individuo humano es sacrificado en aras de Dios, en aras del Proceso, cuando este mismo Dios acude presuroso a socorrerlo.

Es el monte Horeb –este volcán- donde Dios habla al hombre para revelarle su nombre y prometerle la redención.

Es el monte Sión –este volcán- donde Dios construye su ciudad santa y su templo, para habitar cerca de los hombres.

Es el monte Calvario –este volcán- donde Dios ama hasta el extremo a sus criaturas, muriendo como ellas para que ellas vivan como Él.

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Tercera Visión Metafórica:

Un gran cristal incandescente inmerso en una solución.

El gran cristal tiene en su centro una figura de hombre: es el Hijo-del-hombre crucificado/resucitado. Sus brazos en cruz son los ejes del cristal, y quieren extenderse hasta abrazar toda la solución.

La solución va cristalizando. Aparecen miríadas de minúsculos cristalitos que flotan en ella, atraídos por el gran cristal central.

Cada cristalito lleva también en su centro una figurita humana.

Los cristalitos que llegan a alcanzar al Central, se adhieren a Él, se integran en Él. Y así, el gran Cristal incandescente va creciendo.

Está hecho de multitud de cristalitos apiñados en torno de su Centro, unidos estrechamente entre sí sin llegar a estar fundidos, bañados todos por el mismo fulgor incandescente. Los cristalitos palpitan y crecen incesantemente.

El gran Cristal no es frío ni rígido. Es cálido, blando y suave, como tierna carne viviente. Es un Cuerpo que siente y sustenta amorosamente a sus cristalitos miembros.

Su fulgor incandescente es la sangre espiritual de ese Cuerpo, que fluye inagotablemente desde su Centro para vivificar a todos sus miembros.

Su resplandor es una armonía indecible.

Los cristalitos que nadan todavía por la solución perciben el llamado seductor de esa armonía. Se dirigen presurosos hacia ella; quieren adherirse a ella para incorporarse al gran Cristal y crecer en Él.

Lo conseguirán. Seguro que todos lo conseguirán. El gran Cristal crecerá hasta abarcar finalmente toda la solución. Entonces será el Todo en todas partes.

Y allá estaremos también nosotros. Estaremos riendo y cantando.
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MEDITACIÓN

Tzimtzum y Tikún, Kenosis y Anaplerosis

A la cuestión filosófica fundamental de Leibniz: “¿Por qué existe algo y no más bien la nada?”, que es de índole negativa porque supone la nada como concepción natural básica de la imaginación, oponemos la cuestión positiva: ¿Por qué existe algo y no más bien el Todo?

Partiendo del Todo -infinito, eterno y perfecto- como concepción natural básica, sólo podemos concebir la existencia de algo como anonadamiento o vaciamiento de ese Todo, para provocar un vacío, una nada, que necesariamente tiene que llenarse, repararse, e ir restituyendo al Todo en todas partes.

Al principio, pues, sólo era el Todo infinito: (Ain-sof, Apeiron) Dios. Decidió anonadarse. ¿Por qué? –Por amor-ágape: donación de Sí mismo. Este anonadamiento ha sido llamado Tzimtzum (misticismo cabalístico judío de Isaac Luria) o Kenosis (teología cristiana inspirada en San Pablo, Urs von Balthasar y Luria, de Jürgen Moltmann y otros).

La restauración, que sigue por necesidad (Ananké) al anonadamiento de Dios, se llama Tikún o Anaplerosis. Como es voluntariamente moderada por el espíritu de Dios, causa un proceso: la Creación del Universo, el Proceso Cósmico. Su objetivo, o Telos, es el evento último o Escatón: la restitución o restauración del Todo en todas partes, llamada Apocatástasis.

Pero, debido al amor benevolente de Dios hacia sus criaturas, que parecen destinadas al sacrificio en el interior del Proceso, hay una segunda Kenosis, complementaria de la primera que condujo a la Creación, y que conduce –esta segunda- a la Redención.

La “segunda Kenosis” es la encarnación de Dios, plena y auténtica, en un ser humano: Jesucristo, hasta su muerte en cruz (a esto alude San Pablo en el segundo capítulo de su epístola a los filipenses). Y la “segunda Anaplerosis”, restitución o restauración, es la resurrección de Cristo con la consiguiente Anacefaleosis: recapitulación y recaudación de todas las criaturas en el Cuerpo Místico de Cristo resucitado.

Ha sido, como la primera, por Ágape de Dios, por amor solidario que hace donación de Sí, seguido de amor impetuoso –aunque voluntariamente moderado- que busca la reparación: el Eros del espíritu de Dios. Y su Telos es el mismo Escatón de la primera: la Apocatástasis, puesto que el Cuerpo Místico de Cristo, donde queda incorporada la Humanidad y la Creación entera, se someterá finalmente a Dios para que sea restaurado el Todo en todo (como enseña San Pablo en su primera epístola a los corintios).

Notamos que hay un momento culminante: en la cruz de Cristo, en su abandono por parte de Dios, convergen y culminan las dos Kenosis. Dios se anonada al encarnarse totalmente en un ser humano que sufre y muere, y se anonada también al abandonar a ese hombre –Sí mismo- a su sacrificio como criatura sometida a las duras leyes de la humanidad y la naturaleza.
Pero, por ser Dios quien es, hay por necesidad, por Ananké, una restauración, la Anaplerosis, que es también doble: la resurrección de Cristo, segunda Anaplerosis, provoca la culminación de la primera: la resurrección de toda la humanidad y la renovación de la Creación entera, mediante la Anacefaleosis para la Apocatástasis.

Así ha sido según la “lógica” de Dios, quien quiso ser Padre, engendrar su Hijo, emitir su Palabra (Logos, Verbo), “modulándola” en su aliento (Ruah), su exhalación, su Espíritu, para ejecutar un Plan de amor benevolente.

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