29.8.05

1. (Tomado del Génesis):

Érase un anciano de noventa y nueve años llamado Abram; su mujer Saray era casi tan anciana como él, y no podía tener hijos. Abram tuvo una visión de Dios que le decía: "Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes; así de numerosa será tu descendencia; ya no te llamarás Abram sino Abraham: "padre de muchos", y tu mujer se llamará Sara: "madre de reyes". Abram --ahora Abraham-- se echó a reír; y cuando se lo contó a su mujer --ahora Sara--, ella también rió de sorpresa e incredulidad: ¡Cómo iban a tener hijos ahora que eran tan viejos!
Pero así fue: Sara concibió y tuvo un niño al que pusieron el nombre de Isaac: "Dios ríe". Ella, y también Abraham, rieron de alegría junto con Dios.

(Pasó el tiempo. Isaac creció hasta convertirse en un muchacho.)
Y Dios habló a Abraham y le dijo: "toma a tu querido hijo Isaac, llévalo al monte Moria y una vez allí, sacrifícamelo". Abraham obedeció a Dios; fue al monte, construyó allí un pequeño altar, puso sobre él a Isaac atado, y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo.
Pero Dios intervino para impedirlo. Habló a Abraham, por intermedio de su ángel, y le dijo: "Detente, no alargues tu mano contra el niño, no le hagas nada; que ahora sé que tienes una gran confianza en mí, puesto que no me has negado a tu único hijo." Entonces vio Abraham a un carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Fue, tomó el carnero, y lo sacrificó en lugar de Isaac; y llamó a aquel monte "Dios provee".



2. (Poema teológico)
Dios ríe

Si nos remontáramos imaginariamente, en alas de la ciencia,
al momento primero del universo,
aquel en que solamente había vacío, sólo una nada, ¿acaso virtualidad?,
hubiéramos pensado, sin duda, que de esa nada, nada podía esperarse,
que era más yerma y estéril que una mujer anciana de noventa años.

Pero, ¡he aquí que ese vacío cuántico fluctúa
y produce el espaciotiempo con sus dimensiones, y los campos de energía-materia!
Nuestra risa de incredulidad se transforma en risa de sorpresa y regocijo.
Y Dios ríe. Y Dios vio que era bueno.

Después, reímos al ver emerger partículas, átomos y moléculas,
elementos, galaxias, estrellas y planetas.
Y vio Dios que era bueno.
Y Dios reía.

Pero cuando más hemos reído es cuando hemos visto cómo,
de la vastedad de gases y de rocas,
del torbellino incandescente y de las gélidas soledades,
emergía un puntito de vida.

Allí apareció esa fuente inagotable de maravillosa complejidad,
esa célula procariota y eucariota,
ese programa de creciente organización y conciencia,
esos sutiles organismos,
esos delicados, hermosísimos, tiernísimos seres vivos:
queridas plantas, queridos animalitos, queridos pájaros, queridísima Naturaleza.
Surgida de lo que parecía inerte y frío.
Alegre como malabarismos que vienen a disipar el tedio.

Y hemos visto, con Dios, que era bueno.
Y con Él hemos reído.

Ya no hubiéramos esperado otra cosa, de no caer en la cuenta
de nosotros mismos.
Nada más irrisorio e improbable que nuestra propia libertad,
en medio del determinismo de la materia y el instinto.

Aparece en el mundo ese hijo imposible, ese Isaac inesperado: el Hombre.
Y, satisfecho de su obra, bondadosamente, Dios ríe.

Entonces reparamos en que somos imperfectos y desgraciados.
Que hemos nacido para una existencia de sufrimientos e injusticias.
Que somos culpables, ínfimos y efímeros.
Que, como individuos, hemos de ser sacrificados al proceso.
Que el proceso mismo parece conducir a la disolución de toda existencia y de todo valor.
Que este universo es indiferente a nosotros, que volverá al vacío.
Que hemos sido creados para ser víctimas de un sacrificio en aras de un Dios cruel.
Ahora, pues, ya no reímos.
Ahora lloramos.
Como Isaac sobre el altar,
cuando vio que el cuchillo de su padre se cernía sobre su garganta.

Pero Dios tampoco ríe. También Dios ahora llora.
Todo era bueno porque Él es bueno.
No es cruel.
Nos pide que confiemos en su intención y en su poder.
Cuando todo parece perdido y triste, Él puede volver a hacernos reír.
Todavía se reserva su mayor malabarismo.

Él mismo aparecerá, como última sorpresa,
en la cima del proceso.
Tendrá todo el poder sobre todas las cosas.
Tendrá el poder de detener el sacrificio.
Llora al ver a Isaac atado, e impedirá que perezca degollado por Su propio cuchillo.
Ha proveído otra víctima para el sacrificio: Su Hijo amado, Su Cordero inocente,
para así solidarizarse con nosotros.

Creará un nuevo universo, más regocijante que el antiguo.
Nos rescatará de la nada. Nos liberará de todas nuestras ataduras
y nos invitará a una mesa de banquete,
donde comeremos con Él de Su Cordero
en indecible amor y armonía.

Entonces Dios reirá.
Y nosotros volveremos a reír.
Y no pararemos nunca de reír.

_____________________________________________________________________________________